WHEN IN ROME

Llega un día en el que la vida te da un aviso. Y tu cuerpo comienza a fallar. Y entonces todo empieza a derrumbarse. Llegan las ruinas y no hay nadie que las restaure. Todo eso conlleva cansancio mental. Y entonces te replanteas mil cosas en las que antes no pensabas. Afortunadamente, puede quedarse en un susto. Solo en un aviso. Algo tiene que cambiar. Y entonces, lo cambias. Y comienzas a encontrarte un poco mejor, a saber organizar los pensamientos y gestionar mejor lo que viene sin preaviso.

Ha ocurrido algo estos meses. Y es que viajar está siendo una salida muy importante en esta reconstrucción interna personal. Estoy cogiendo las ruinas de hace meses y estoy edificando unas más fuertes y más bonitas. Mucho más sanas. Incluso mi mentalidad, que no la consideraba nada cerrada, se ha expandido más a pasos agigantados. No había caído hasta ahora lo que involucra estar sano a todos los niveles. Física y mentalmente. Al final, todo está unido. A tomarse las cosas de otra forma. Y coges una mochila y te vas. Y decides que la mejor manera de volver más fuerte es hacerlo solo. Porque últimamente te has sentido un tanto incomprendido y has tenido la sensación de que ya no encajas en lo que supuestamente te han dicho toda la vida que debías encajar. Y al principio, eso te produce un vértigo descomunal, pero vas asimilando que quizá tu sitio no está donde tu cuerpo está.

Este mes de agosto, he hecho una full-on Julia Roberts experience. Después de mi mes en Liverpool en julio con mucho miedo por si no conseguía estar bien, decidí aprovechar esa carrerilla para saltar a Roma unos días por mi cuenta. La pregunta del millón por muchos de vosotros ha sido si me había ido solo. La respuesta es sí. Me marché solo. Aunque eso de solo suena un tanto feo, porque en inglés, you can be alone without being lonely.

Y viceversa. ¿No habéis tenido alguna vez la sensación de sentiros solo en medio de un montón de personas? Y de repente, algo incómodo se instala en la parte izquierda de tu pecho y te preguntas una y otra vez, ¿qué está pasando?

Lo mismo pasa cuando te sientes pleno estando sin nadie a tu alrededor.

Hay experiencias que por mucho que quieras repetirlas, no se van a repetir. Por eso es muy importante vivir cada momento con muchas ganas. Quién me iba a decir que viajando a Roma iba a encontrar por las calles gente muy parecida a mí. Que iba a terminar hablando con una chica portuguesa que vive en Chicago en una terraza de un restaurante, que iba a practicar mi inglés y francés dando direcciones a extranjeros por Roma. ¡YO! Dando direcciones en una ciudad que desconocía completamente. Que iba a andar 49.403 pasos el primer día de estar allí y que iba a tener fuerzas para salir a bailar a un pub con latinos que conoces de repente en Roma. Que por fin iba a proyectar en una especie de energía mi verdadero yo. Que no me iba a sentir juzgado nunca más.

Quién le iba a decir a ese niño de mirada triste que parecía ya no encajar en su infancia, que iba a vivir todo esto. Que se iba a sentir independiente y suficiente, que iba a tener el valor de irse a vivir un año fuera nada más graduarse, que iba a cogerle el gusto a viajar sin nadie al lado y que a pesar de que haya tenido muchos altibajos en la vida, haya tenido el coraje de seguir y decir: ‘Lo hago, me voy’.

Y es que, al igual que las monedas que tiramos a la Fontana di Trevi deben pasar por el lado izquierdo, atravesando el corazón como alguien me dijo, estos momentos, estas sensaciones, la gente que encuentras en el camino y el hecho de no dejar nunca de creer en ti, deben atravesarlo también.