Miedo. Esa es la primera palabra que me viene a la mente cada vez que hay cambios. Miedo. Miedo. Miedo. Y se repite en bucle, una y otra vez. En mi cabeza, en mi corazón y en la boca de mi estómago. ¿Os suele pasar? Es una especie de cosquilleo, pero no de mariposas, sino de hormigas. Es un poco la incertidumbre que me tiene tan pensativo, tan con el qué-va-a-ser-de-mí mood. Y es como si estuviera en una montaña rusa. Hoy estoy en lo más alto, gritando de alegría y mañana, estoy en lo más bajo habiendo soltado toda la euforia por la boca. Cansado y con anhelo de la próxima subida.
A veces pienso que estaría mejor si fuera más frío por dentro. Sin embargo, no puedo evitarlo. Soy puro fuego, un volcán en continua erupción. El día mas caluroso del verano, el fuego a cien grados, unas aguas termales. Soy el sol un día de verano sobre la espalda. Ardo por dentro una y otra vez. Y quema y me hago cenizas, pero vuelve a enfriarse conforme las semanas van sucediendo. Creo que es una buena oportunidad para empezar de cero. En muchas ocasiones, es necesario. Lo necesitamos como el aire para vivir. Volver sobre lo pasado y aprender de todo aquello que las plantas de nuestros pies han absorbido en su día. Sentirse perdido es algo muy común, pero por primera vez en mi vida, no me siento de esa forma. Tampoco sabría explicarlo. Es una sensación de vértigo más que de desamparo. Por primera vez, mi vida tiene objetivos claros. Y están muy cerca de encaminarse a la estabilidad que siempre he deseado. La libertad de poder hacer y deshacer mientras camino.
Y mientras todos estos pensamientos rondan mi desordenada cabeza, me alejo, viendo el césped y los árboles por la ventanilla y siento cómo me arrancan uno a uno los sentimientos. Descosiendo aquello que tenía tan arraigado en el pecho. Y está doliendo. Cada nudo que cae al suelo. Y entonces cierro los ojos, y veo el verano. Es lo único que me está aliviando estos días. Veo azul, veo mar, arena, sol. Veo risas, veo dos meses con sus días completos para reconectar conmigo mismo, para conocer gente llena de ganas de vivir. Y después de tanto tiempo, por fin lo veo en mis ojos. Me veo cómo soy realmente. Y me gusto.
El viento está moviendo la hierba alta de un lado a otro, y me siento un poco así, balanceándome en una cuerda a mil metros de altura.
Pero qué os voy a decir, yo siempre he sido de volar.
Y de bailar. De bailar mucho.
Daniel Sánchez.