Hay amores que vienen sin previo aviso y, como si de un cometa se trataran, te atraviesan el pecho en dos dejándolo ardiendo. En milésimas de segundos, la coraza que tanto habías tardado en forjar se desmorona.
Tengo claro que hay amores que son pasajeros y terminan cayendo en el olvido, pero también existen los AMORES. En mayúscula y negrita. Esos que siempre olerán a vainilla y canela en una habitación con luces led. Esos que te abrazarán la espalda por las noches con besos en la nuca. Esos que bailen Tusa y te arranquen carcajadas a bocajarro. Amores que, aunque ya no estén, siempre seguirán formando parte de ti. Que han hecho que percibas la vida de una forma diferente y hasta que te hayan hecho que te guste la ropa deportiva.
Son esos que más duelen y que, aunque hayan dolido, la soledad hace que solo los buenos momentos florezcan. Son aquellos amores que, después de un día horrible en el trabajo, te esperan en la penumbra para darte un susto y cenar contigo o que directamente, se presentan en el trabajo sin avisar. Aquellos que hacen salir una faceta tuya que nunca habías visto y mientras exhibes esa faceta como si fueras modelo, piensas: “Esto no lo haría con nadie más”. De esos que hacen que los programas basura sean más entretenidos y que el dulce después de cenar sea un must-have. De esos que tienen banda sonora en el coche o se quedan pendientes unas mascarillas faciales.
Aquellos que, en un abrazo, el mundo parece haber sido engullido y los problemas con él. Abrazos que reconfortan, de esos que dices: “Me gusta como abrazas, abarcas toda mi espalda”. Y es que, en realidad, se trata de memorizar lo más peculiar que encuentres para que sean eternos.
Existen amores que luchan tanto que al final se desintegran. De esos que te gustaría rebobinar como hacíamos con las cintas y un boli. Algunos necesitan distancia para, quién sabe, quizá coger impulso. Y si no, siempre quedarán calcetines a rayas rosas para animarte el día.
Daniel Sánchez.
EL BAÚL DE LAS VIDAS 