Hace tiempo que no escribo. Hace tiempo que no me siento en mi cama, envuelto en una manta con el portátil encima a teclear sobre él. Hace tiempo que no me pongo música y me quedo en vela casi toda la noche escuchando a mi gata ronronear a los pies de mi cama. Que no expreso lo que siento. Hace tiempo que no publico nada de más de dos líneas. Hace tiempo que creo que renegué de la escritura. Ni siquiera durante los meses que hemos estado encerrados -que supuestamente debería haber tenido oleadas de inspiración- he escrito. Y es que no quería forzar algo que no fuera real. No quería forzar lo que sentía para conseguir cuatro palabras mal puestas para tener una publicación en este cuaderno digital. Porque todas las letras que podéis leer aquí van ligadas a mis emociones y sería un tanto hipócrita por mi parte, que intentara estrujar un limón ya casi usado para conseguir dos gotas con las que tintar la hoja.
Es como si mi cabeza hubiera entrado en un invierno prematuro y de temperaturas bajísimas, y todas mis ideas se hubieran parado de golpe y no consiguieran moverse ni un ápice. A cualquier evento le intentaba absorber la ilusión. Buscando muchas ventajas y emociones, pero no era suficiente. No lo era para mí. No era suficiente para estar escrito aquí. No era real. Ahora, mientras paseo las yemas de mis dedos por las teclas, con música de fondo y unas velas encendidas en el escritorio, recuerdo cómo me gustaba escribir. Cómo escribía casi semanalmente. Intento agarrar con fuerza ese sentimiento porque me llena.
Antes del confinamiento, me sentía acelerado. Iba de un lado a otro haciendo cosas. No existía nada más que el «hacer cosas«. Sin embargo, parece que el haber estado en casa durante unos meses, hizo que viera que estar constantemente preocupado por el trabajo o los estudios no lo es todo. En cambio, volvemos a caer. Llega septiembre y con él, la nueva normalidad.
Aunque la nueva normalidad sea la misma, pero disfrazada para algunos. Hasta hace una semana. Mi cuerpo dijo «basta» y mi cabeza ha fundido todo el bloque de hielo que estaba enterrado en cuevas y ha provocado un goteo de sentimientos que hacía tiempo no experimentaba.
Y con él, he vuelto a cambiar mi forma de pensar. Ahora me apetece priorizar otras cosas.
La vida, por ejemplo.
Daniel Sánchez
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