El otro día hablaba con una amiga sobre lo que significa el amor (en todos sus aspectos) para nosotros. Con el tiempo, el mundo cambia, nosotros cambiamos y el amor, también. Llegamos a la conclusión de que antes de traicionar nuestros principios ante el tema, no íbamos a ceder a ciertos cambios que implicaran traicionar aquello que hemos tenido como ideales.
Llega un día en el que te enamoras y te vas olvidando un poco de ti mismo. Aplaudo a la gente que dice que no lo hace y lo cumple, pero la mayoría de gente deja de lado su vida para adentrarse en otra. Se va mermando un poco la autoestima y las ganas. Y un día, deciden romperte en dos. Y yo qué sé, que te rompan una vez «está bien» para darte cuenta de lo que puedes llegar a soportar, pero cuando van rompiéndote un poco cada vez, nos miramos al espejo y nos damos cuenta que hemos estado anulados de mayor o menor forma.
Entonces un día alguien hace un chasquido de dedos y empiezas a echarte de menos. A cómo llevabas tu vida antes de todo, antes de que el amor entrara en los confines de tus ventrículos. ¿Es difícil hacer las cosas bien? Quizá sí, y cada uno lo hace lo mejor que puede, pero mejor si nadie sale ileso. El dolor emocional puede convertirse en físico, y es abrumador cómo se expande en el pecho. Las paredes de tu habitación parecen que vayan a caerse y en la calle, todo parece encogerse y te oprime.
Y tus días se convierten en un poema triste repleto de metáforas que no entiendes. Y por mucho que busques el significado, no encuentras la maldita salida. Porque después de todo, tú estás dispuesto a parar el tren, pero ¿el resto del mundo estaría dispuesto a parar y bajarse contigo?
Y es que es difícil que un objeto roto quede exactamente igual a antes de quebrarse, pero se puede intentar siempre que cuando te mires al espejo, estés orgulloso de ti mismo y estés dispuesto siempre a comerte el mundo. Al final, en mayor o menor medida, nos merecemos lo mejor.
Y eso, creo que solo lo decidimos nosotros mismos.
Daniel Sánchez
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EL BAÚL DE LAS VIDAS 