Siempre he pensado que escribir es como tocar el piano; dejas que la creatividad y los sentimientos pasen de estar a flor de piel a flor de teclado. Se trata de una transmisión de corriente de energía de tu corazón hacia el resto del mundo; una se disfruta con los oídos y la otra a través de los ojos. Ahora, pienso que un cuerpo ajeno al tuyo debe tocarse de esa manera, con delicadeza y dejando correr tus sentimientos hacia la otra persona. Que se debe mirar como se miran las letras que estás leyendo y se debe escuchar como se escucha la composición del pianista. He descubierto que con carretera y música, y una ciudad a lo lejos llena de luces, puedes descubrir la felicidad si en el asiento de al lado te encuentras tú.

Y sin importarme qué dejo atrás, sonrío porque solo puedo ver lo que me espera en el futuro. Y aunque nos inundemos de miedos cuando llueva y se nos empañen los ojos y parezca que el mundo se desmorona como si fuera una montaña derribándose en pleno invierno, nos metemos en la cama y nos tapamos los miedos como lo haría un niño a oscuras, y entonces nos ligamos los labios y nos aferramos el uno al otro como si fuera la primera vez después de un largo tiempo, como si de repente el suelo fuera a abrirse y nos fuera a engullir y pensamos que si nos cogemos con fuerza no pasará, y que si ocurre, mejor que nos engulla a los dos queriéndonos aun con nuestras taras deslizándose por nuestras mejillas, con las heridas creando vórtices en nuestra espalda, con las cicatrices que nos pesan en las manos.

Mi pecho siempre llueve cada vez que pienso que el silencio puede hacerse real y que al mirar, mi mano derecha no encuentre tu mano izquierda. Que me quede sin música y sin letras que leer en tu boca, que la vida se vuelva tan puta que mi memoria deje de recordar el sonido de tu voz, que el destino no nos vuelva a cruzar, que solo haya silencio y sea más grito que nunca. Lluevo, cada vez que de mi cama escapas pensando que es la última vez que podrías enredarte entre mi pelo y hacer el mar en mi cuello.
Pero entonces vienes con un huracán de sonrisas que arremolinan las sábanas y se detiene el tiempo en la oscuridad y me siento libre de caer en la mirada de tus ojos, en los brazos con los que te adhieres a mí, en las piernas que me enganchan; y planeo sobre tu cuerpo después de la caída libre y es como besar una nube, porque más que arriesgarme, he saltado por el precipio sin pensármelo dos veces, ni siquiera he cogido paracaídas ni he preparado red de seguridad. Tan solo espero que si hay silencio, sea con tus dedos enredándose entre lo míos.

Porque el mejor silencio es aquel
que va de tu mano.
Daniel Sánchez.
¡Precioso Dani! Qué bonito haces sentir al leerte.
Un abrazo, buen finde 😀
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Ohhh, más bonito es leerte a ti.
Un abrazo enorme!
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