No sé si era electricidad lo que de mis dedos emergía cuando sin querer, queriéndolo mucho, se rozaron con los tuyos despacio y tímidos. Imagino que las chispas vuelven cuando parece que has dejado de buscarlas, cuando piensas que la última vez, después de fundirte completa e incondicionalmente y apagarte como una bombilla en su último suspiro, crees que has agotado toda la energía que podría recorrer todas tus extremidades. Cuando crees que ya no hay luz al final del túnel y parece tambalearse la esperanza, cuando ves que las cosas no salen como tú pensabas, la vida te da un revés. Un revés bonito, de estos en los que estarías una y otra, y otra vez girando.
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He mencionado muchas veces que soy una persona un poco difícil y curiosa, pues veréis, cuando conozco a alguien sé si mis sentimientos van a dar saltos o van a seguir dormidos, yo lo llamo chispa, esa que sientes estallar a lo largo de tu cuerpo y consigue levantar las ilusiones de tierra firme. Cuesta que alguien consiga eso, pero quien lo hace, lo hace desde las primeras horas. Hacía tanto tiempo que las mariposas del estómago no usaban su pista para bailar, que ya había perdido la esperanza en volver a sentir algo de nuevo. Ya no veía nada con los mismos ojos, y para los que seguimos creyendo en el amor, es difícil ver ciertas cosas, nos cuesta entender algunas relaciones que vemos desde fuera y nos cuesta entender si estamos destinados a vagar independientes de todo lo que tenga que ver con las películas románticas, ¿es que no nos merecemos un La la land?
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Sin embargo, vuelven, y joder si vuelven. Vuelven como millones de fuegos artificiales explotando en tu interior, y entonces te da igual ir al cine, mover la mano hacia la suya, que éste haga lo mismo y boom, explosión, mariposas, música, respiración entrecortada, sonrisas nerviosas y beso. Es estar incómodo sentado en una butaca y no moverte, incluso te encuentras a ti mismo manteniendo la respiración para que la otra persona no aparte su cabeza de tu hombro con tal de estar más tiempo sintiéndola tan cerca.
Y dure lo que dure, valga lo que valga, esas chispas saben demasiado bien como para dejarlas de sentir, como para desperdiciarlas por el miedo a qué pasará. Prefiero perder mil veces antes que dejar de sentir esa sensación desbocada que emana de tu pecho, de sonreír cada dos segundos, de dedos temblorosos preguntándose si entrelazarse o no, el primer beso con alguien de labios mullidos, dos corazones tocados y hundidos, saliendo a flote de nuevo. Ojos desprendiendo vida, y bocas conteniendo la sed de las ganas.
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Me siento como en una canción que no termina, que no te cansa, que parece nueva cada vez que la escuchas porque en cada nota, descubres cosas nuevas, es un ritmo acelerado que en ocasiones amaina para subir aun más la voz, somos pies que se mueven inconscientemente, manos que dan palmas contra el muslo de manera involuntaria, las chispas son parpadeos de luz de los cuales no sabes su magnitud, pero que infundan esa felicidad que no sabes muy bien cómo explicar; una fiesta al aire libre una noche de verano, mientras la brisa despeina un poco tu pelo y la música se adentra en tus huesos, el primer baño en la playa, un libro que te atrapa el corazón, unos padres sonriendo, alguien diciéndote “voy a verte” o “quiero quedarme más tiempo contigo” algo tan bonito como compartir sus segundos, minutos y horas a tu lado.
Cuando menos te lo esperas,
cuando crees que no van a volver nunca, estallan chispas…
Y joder si estallan.
Daniel Sánchez.
EL BAÚL DE LAS VIDAS 