Espacio. Nuestra vida a veces se convierte en el espacio. Lleno de constelaciones y planetas. Con planetas quiero decir personas y con constelaciones me refiero a ilusiones. No olvidemos que hay cometas rápidos, esos momentos fugaces que cogerías con pinzas sobre una cuerda para que ni la más ligera brisa pudiera llevárselos. Aquellos en los que te darías la vuelta al mundo con tal de romper las manecillas de todos los relojes si supieras que así, durarían eternamente.
¿Qué más? Ah sí, también hay meteoritos. No nos gusta hablar de ellos, pero aquí lo incluimos todo. Es el baúl de las vidas por algo, ¿no? Y en la vida, pues hay de todo.
A mí me ha dado por dibujar últimamente, y nuestra vida en realidad es algo así como una pared blanca y lisa. Sin gotelé y sin nada. Lisa completa. Sin fallos. Pura y sin relieves, (por favor, no decoréis vuestra vida con gotelé). Y entonces, cuando nacemos, nos ponen un lápiz entre los dedos y vamos haciendo trazos, dejamos la muñeca suelta y vamos creando momentos: los nuestros. Sin embargo, hay paredes de materiales diferentes, algunas empiezan a romperse, otras aguantan. Y ahí hacemos lo que podemos con pinceles de distinto grosor, con acrílico, acuarelas o lápices. Lo que mejor aguante. Esto es un sálvese quien pueda.

Conforme vamos haciendo los trazos, vamos visitando en nuestra trayectoria distintos planetas con todo lo que conlleva. Sus colores, bifurcaciones, explosiones. Sus secretos y sus sueños, aquellos que no dejan dormir por la noche. Vamos conociendo sus paredes cada vez menos blancas. Llenas de emociones, de color, de brillos y de cristales. Cómo nos dejan huella, cómo sentimos todo lo que está ocurriendo en nuestra piel; algo tan superficial a simple vista y tan profundo en realidad. Y en ese momento, los incluimos en las nuestras para siempre. Una línea cronológica de colores, momentos y vivencias. Y al avanzar, nos encontramos con trenes que intentamos coger, pero a veces hemos de admitir que en nuestro billete no ponía que salía a y diez, sino a media. Y entonces en medio del tren, podemos decidir si seguir adelante y jugárnosla a que el revisor nos pille con las manos en el billete o bajarnos en la próxima parada y aceptar que quizá ese viaje sería para más adelante, que ahora no es el momento. Que no hemos cogido la ropa necesaria ni los bártulos pertinentes. Que no es nuestro momento. Que podrá serlo. O quizá no. Mañana. O nunca.

En ese momento rodeamos de estrellas ese acontecimiento que nos ha hecho sentir millones de cosquillas en el estómago y nos ha llenado de nervios los dedos de los pies que han bailado por la adrenalina inducida de haber estado en un sitio prohibido para nosotros, para seguir adelante con nuestra historia y dejar ese viaje como una anécdota. Y no hablo de derrotas, que también se pueden incluir en nuestro espacio sin ningún problema, sino de auroras boreales que brillaban mucho para nosotros, y el brillo está bien, pero hasta cierto punto. Es una cuestión de bienestar, de sentirnos cómodos en todo momento con lo que estamos haciendo y de tener la libertad de decidir por nosotros mismos poner las casillas de “adelante”, “jamás” y “revisar más tarde”. Y clasificar las decisiones como mejor nos venga o como mejor queramos.

Durante esta línea-pared-espacio nos encontraremos con los malditos meteoritos bombardeándonos mientras nuestro cuerpo da vueltas. Aunque intenten tirarte, pienses que no es el momento -y posiblemente lleves razón-, se estropeen las estrellas, los planetas, los instantes, las personas y las ilusiones; coge el pincel, vuelve a pintar. Al final de la pared, podrás ver un mosaico que ha recorrido contigo de la mano todo lo que has pintado. Para los demás será una pared más; para ti, una vida entera.

Daniel Sánchez.