Todos tenemos esas semanas en las que entramos en bucle y parece que éstas se convierten en un huracán del que no podemos salir por más que queramos. Esa marea que te arrastra mar adentro. Esas en las que no tenemos ganas de dejar la cama, en las que nos sentimos solos, en las que vemos que hemos dado todo lo que podíamos dar y ya no avanzamos más.
Sin embargo, tras esas semanas de cansancio acumulado, llega una en la que parece que todo empieza a cambiar. Y ya no te sientes tan cansado, empiezas a levantarte más temprano para hacer cosas, te quejas menos, te ilusionas más y todo eso parece que atrae situaciones positivas que te pone aun más contento y por lo que todo va mejorando paulatinamente. Y vas viendo cómo de pronto, el huracán va amainando su agresividad y vas saliendo de él con una sonrisa aliviada.

Y decides que no quieres seguir perdiendo el tiempo, que quieres coger a los sueños por los cuernos y lanzarte directamente al vacío, y a pesar de tener la posibilidad de estamparte, volverías a subir para lanzarte de nuevo con tal de ver ese sueño al que tanto mimo, cariño, esfuerzo, ilusión, lágrimas y sonrisas has dedicado volar. Volar como el globo que decides dejar marchar. Como los pétalos que lanzas al mar y deciden flotar. Que he decidido arrancarme los miedos de los huecos de mis costillas y poder respirar. Y esos sí los tiro al mar para que se hundan y no salgan más a la superficie.
Y es que tenemos miedo al fracaso, y más que al fracaso, a admitir que hemos fracasado. ¿Por qué? Tenemos miedo a decir que no nos han cogido en esa entrevista de trabajo que hicimos, que nos han despedido, que nos han rechazado en esa editorial que tanto queríamos, que nos han dejado, que no le gustamos. Que nos ha ido mal. Porque parece que ahora nos debe ir a todos bien y lucir nuestras mejores y dulces sonrisas cuando por dentro nos duele hasta pestañear.
Que tenemos miedo a decir: «Aún no le he olvidado«. Miedo a admitir lo que queremos cuando no lo tenemos. Miedo dejar ver debilidad. Y es que somos seres humanos que sufrimos, disfrutamos, nos enamoramos, caemos, nos rompen el corazón y a veces, no olvidamos del todo.

Y, ¿sabéis qué significa el fracaso? Que lo hemos intentado. Que lo hemos luchado con dientes y lo hemos defendido lo mejor que hemos podido. Que nos hemos lanzado y nos hemos estampado. Y sí, hemos fracasado. Hemos fracasado esta vez, ¿quién dice que vayamos a fracasar a la próxima?
No sé qué tiene de malo fracasar, si fracasar solo es para los valientes.

Dedicado a todos los que sueñan y han fracasado. A todos los que han seguido intentándolo.
Daniel Sánchez.
Cuánto te entiendo, a veces esos bucles son inevitables, pero vale la pena intentar salir de ellos y efectivamente salir.
¡Feliz semana Dani! Un abrazo.
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Y tanto, pero qué bien cuando salimos.
Feliz semana y un beso grande!
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Me encantó. Tienes una forma de escribir poética, sencilla y tan pero tan humana que llega a todos. He leído este post en el momento preciso, estaba justamente en ese momento en el que sientes que no tiene mucho sentido seguir. Escribí sobre el miedo también, yo también tengo un blog, y hablaba de lo ridículo de mi miedo, que en realidad era vergüenza a fracasar. Gracias por tus palabras. Eres un capo como dirían en mi país.
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Muchísimas gracias!!! Este comentario ha venido en un momento bueno para alegrarme. Mil gracias, de verdad. Por leer, por comentar, por tus palabras y por dedicar tiempo a leerme. Y sí, siempre nos da vergüenza fracasar cuando es una de las cosas más normales del mundo y no siempre es malo.
Un abrazo enorme!
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