Lluvia. Paraguas abriéndose y la gente corriendo. El viento empieza a alzarse y el pelo a arremolinarse. Los pies empiezan a mojarse y enfriarse y los pantalones a pegarse en las piernas.
La gente corre y tú intentas abrir el paraguas torpemente mientras la lluvia te cala hasta los huesos. Las ramas de los árboles se mueven con violencia y te preguntas qué habrá pasado con tus cuatro pelos de la cabeza si los árboles se están moviendo a esa velocidad. Cuando por fin lo consigues abrir, empiezas a correr mientras tus calcetines ya han absorbido todo el agua posible de los charcos que inundan el suelo y empiezan los “chas-chas” al caminar. Y sin querer, sonríes al ver a la gente corriendo con sus paraguas, con sus hijos cogidos de la mano, a los hombres en traje que acaban de salir de trabajar y no llevan paraguas porque la cavidad de su maletín no se lo permiten. A las mujeres parisinas con sus faldas de pliegues y medias transparentes bajo un edificio esperando que amaine la lluvia. A una pareja con un carro en la puerta de una vivienda llamando por teléfono, quizá, para que alguien venga a buscarlos.
Yo corriendo con las Vans oscurecidas por el agua, con mitad del vaquero mojado, cogiendo el móvil y recibiendo un mensaje: “It’s raining”. Creando pensamientos como “Cualquier excusa es buena para hablar”. Sonreír.
Gente en St.Cloud mojándose mientras espera el tren que les lleve a sus casas. Enviando mensajes como “it’s raining”, pensando qué sabré yo. Llegando a casa y mandando fotos de cómo de calados estamos tras el temporal de París, que ayer era verano y hoy es invierno de tormenta.
¿No es eso el amor? Estar en un constante cambio de estaciones. O estar en todas a la vez. O en ninguna. Porque si lo pensamos bien, ¿estamos en las estaciones estando en todas a la vez? ¿Estamos en ellas si cambiamos de un día para otro? ¿Hablamos de estaciones cuando las mezclamos todas en un mismo espacio o hablamos de una cosa distinta? ¿Estamos tristes o alegres cuando lloramos y reímos?
Llega un día una tormenta emocional y tus deseos controlan tu cuerpo, pero al siguiente día, llega la calma y tus ojos se cierran al sol, tu cuerpo se relaja y solo te apetece una de esas personas que son siesta. Exacto. Una de esas que te dan tranquilidad y hace que estés cansado en un sentido positivo. Una persona que te libere la carga de los huesos y del corazón. Esa que consiga romperlo todo y liberarte hasta que consigas el estado de esa cabezada un día de primavera a las doce del medio día.
Una persona que traiga el amor como el tiempo de París; algo inesperado, que te cale un día y te seque al otro. Que en plena primavera te caliente tanto como un día de julio y al otro te haga invernar como un día de diciembre. Que un día te sople tan fuerte como cuando el viento se levanta y a las horas se convierta en brisa que acaricia tu piel. Esa persona que juegue con las sombras que hacen tus pestañas sobre tus mejillas aportando luz y oscuridad. No es imprescindible sentir mariposas en el estómago cuando esa persona te arranca de cuajo la sonrisa a carcajadas.
¿Para qué vivir monoestacional cuando puedes pluriestacionarte?
Pudiendo estar con una persona que venga con bolas de nieve, con flores, con calor y con hojas secas marrones, ¿quién quiere a alguien que solo te aporta demasiado de una cosa si puede aportarte todo lo que cada estación conlleva en una?
Si encuentras a una persona que te haga sentir como el tiempo de París, no la dejes escapar.
El tiempo de París es una locura, déjate invadir de ella cuando esa persona aparezca. Merecerá la pena.
Daniel Sánchez.
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