SOY YO

Veo a la gente pasar. Siento el sol en las mejillas. La brisa en cuello. Zumos de naranja en las mesas. Los transeúntes hablar y reírse. Dos adolescentes en el banco. Él con sus vaqueros que dejan ver sus tobillos y ella con sus californianas bien planchadas. Para ellos, yo soy un transeúnte más. Quizá algo más observador que la media. Que miro, que anoto. Que escribo. Que me siento cuando la brisa me provoca frío y que me levanto cuando las mejillas me arden al sol.

Y me pregunto en las historias que anidan en sus interiores. ¿Se preguntarán lo mismo?

¿Dónde irán? ¿De dónde vendrán? ¿Tendrán a alguien al llegar a casa? ¿Serán felices? ¿Qué problemas les atormentarán? ¿Les apoyarán en sus decisiones? ¿Les tendrán envidia? ¿Tendrán envidia? ¿Y qué hay de sus proyectos? ¿Los habrán logrado? ¿Estarán luchando aún por ellos? ¿Tienen ilusión?

Nos embarcamos en proyectos que suelen ser sinónimos de sueños y nos embarcamos en ellos con las mismas ganas que jugábamos a las canicas o que devorábamos el helado que nos compraban nuestros padres cuando éramos pequeños. Con las mismas ganas que recibíamos a Papá Noel y rompíamos con ansia el papel de regalo. La misma ilusión que despierta cuando más adelante nos enamoramos. Una ilusión a la que nos aferramos con una sonrisa y con algo de miedo. Has esperado tanto, que quieres y necesitas que salga bien. En algo que has puesto tanto y tanto esfuerzo. Donde has tenido tanta paciencia, tanto apego. Algo en lo que has puesto magia. Tu propia magia. Algo que ha salido de las ardientes manos que teclean o escriben de puño y letra sin parar. Algo que ha salido de tu corazón como si se tratara de una bolsa de té que deja visible lo del interior, llenando de color y sabor el agua. Eso que llamamos vida.

Ahí van todas mis caídas en bicis, todos mis rasguños en las rodillas, todas mis sonrisas y mis lágrimas. Ahí van todas mis carreras a primera hora al instituto y las que vendrían para coger el autobús hacia la universidad. Ahí van todas las personas que me han cautivado y las que me han roto el corazón. Las que se han metido entre mis sábanas y me han conquistado por unas horas. Van mis ganas y mis desganas. Mis triunfos y mis fracasos. Las burlas y los ánimos. Pero sobre todo, voy yo. Van mis sentimientos, mi corazón roto y arreglado. Voy yo defectuoso. Imperfecto y hacia el frente. Voy yo poniendo mi vida entera. Soy yo, desnudo sentimentalmente. Porque al fin y al cabo, lo que cuenta en la realidad es lo que tu corazón guarda. Todas las experiencias, desgracias y fortunas que tu corazón ha guardado desde que se formó. Porque es el órgano que primero se forma en la gestación y desde él, nosotros partimos. Nos vamos formando a partir de su formación. De su bombeo. De sus latidos. Y conforme vamos creciendo, vamos siguiéndolo a todas partes. Nos ponemos vendas a veces porque nuestro corazón nos lo pide. Nos duele y nos bombea sonrisas. Nos abraza en las noches solitarias. Nos consuela. Nos llena de ilusión. 

Porque lo que finalmente recordaremos cuando miremos hacia atrás, será lo que hayamos sentido realmente con el corazón. Lo que nos haya provocado una punzada. Un sentimiento. A quien se lo ofreciste por un tiempo. A quien te haya hecho daño. Y a quien no.

Recordaré a mi nuevo proyecto en el que he volcado el agua después de haber mojado mi corazón para que todo lo que anidaba en él saliera a la luz.

Aquí va el transeúnte que escribe.

Soy yo.

Daniel Sánchez.