Al final, lo que te llevas de la vida son los besos que das y los que no das, aquellos contenidos en la boca del estómago. Aquellos que te agarran hasta la respiración. Son las cosquillas del momento y las miradas cálidas. Son los silencios que crean chispas de una primera cita. Es la música francesa en un café típico de la ciudad del amor: París. Es la cristalera de ese café con mesas redondas y sillas de terraza sobre las que ves a una pareja en modo despedida. Besándose delante del Centre Pompidou y la parada de metro Rambuteau. Son esos besos infinitos mientras él deja su mochila de deporte para poder recorrer cada línea de su cuerpo. Son esos besos que él le manda al aire cuando ella se aleja agarrando una botella con las dos manos y girando sobre ella una y otra vez; feliz.
Son esos inviernos que vienen en personas y se convierten en primavera. Es esa lluvia que te cala y te seca al mismo tiempo. Es esa tormenta que viene y te despeina para decirte que así le gustas más. Es el tacto de los pétalos y el olor a albaricoque. Son esos libros que marcan y cuyo final decides leer una y otra vez. Son esos juegos bajo unas sábanas blancas mientras el sol lucha por entrar a través de la persiana. Son esos charcos que saltas y esa vida a la que juegas. Esa vida a la que sueñas, a la que vives…
Son esas Nike apuntando a ti sin miramientos, ya dicen que los pies señalan a la persona que te gusta. Son las carreras en el metro y las luces a en punto en la Torre Eiffel. Son las líneas que se cruzan y las paralelas. Es el agua que se convierte en hielo y el hielo rompiéndose al pisarlo. Son los castañeos que hacemos con los dientes a 0 grados y las sonrisas nerviosas. Son los sobres de azúcar rotos en mil pedazos. Son las vidas privadas que contamos, la tranquilidad del momento, la confianza y las preguntas subidas de tono. Es aquello que no decimos y los besos que no damos… Aquellos más importantes… Los que se agarran al pecho y cuestan arrancar. Aquellos que salen como sonrisa y un “me voy o no me voy”. Son los brazos contra brazos. Son los detalles. Aquellos que no tienen importancia para nadie y que a mí me hacen sonreír de oreja a oreja. Porque he aprendido a fijarme en los detalles más insignificantes… Donde está lo más simple es lo que me hace más feliz. He aprendido a fijarme en las alas de las mariposas, en cómo se alzan al vuelo y en cómo les acompaño en sueños. He aprendido a fijarme en las gotas de la lluvia y en el hielo sobre mis pies. En el sol al amanecer y en las burbujas de las bebidas. He aprendido a fijarme en los gestos, en las sonrisas y en las miradas… Y cómo pueden atrave(r)sarte con tan solo una mirada…
Rozan tu mirada
salvaje.
Devoran tu corazón
para caer en el abismo
de la más absoluta felicidad.
Y gracias a todos estos remolinos sentimentales, he aprendido a no dosificar nada de lo que me haga sentir vivo. He aprendido a dejar los filtros para Instagram, y ya casi ni eso. Me gusta la realidad, pero la realidad con magia. La magia que creamos con instantes. Dicen que todo en exceso es malo… Puede ser. Pero si es algo que te hace sentir vivo, ¿para qué dosificar? Me gusta lo real, lo transparente y lo directo. Me gusta lo rápido y me gusta lo lento, me gusta lo que surja. Me gusta no oír excusas. Me gusta avanzar, sea como sea y al ritmo que venga, y sin pensar. Que si algo me tiene que arrasar, que me arrase y que si algo me tiene que quemar poco a poco que me queme. Si algo tiene la marcha larga se quedará con ella hasta el final y si tiene la corta, disfrutaré del paseo maravillado por las sensaciones de cada momento. He aprendido a guiarme por los sentimientos e ir hacia donde ellos me lleven.
Así que, métete de lleno en la aventura, en los sentimientos. Emborráchate y sufre las resacas amorosas. Baila con los tornados e invítalos a una copa. Hace unos años me ponía barreras en un mundo donde la gente intentaba derribarlas para después no recoger los ladrillos. Y así te dejaban, sin barreras y solo. Ahora he decidido no construirlas. Podéis entrar y salir a vuestro antojo. Eso no significa que consigáis llegar a mí; podéis entrar y quedaros, ya decidiré quién se queda y entonces, en ese preciso momento, construiré una barrera. Con los cimientos bien fuertes para que aguante.
Ahora que la vida me ha enseñado que el miedo te paraliza, que la gente hablará siempre y que la gente siempre te va a hacer daño, he conseguido ser feliz. Después de tanto intentarlo, cuando dejo de hacerlo, lo consigo. Puedo decir que ahora, en este preciso instante, estoy y soy feliz. Y es la primera vez que lo digo a los cuatro vientos. Para llegar aquí tuve que comprender que quiero un All-In en todos sus sentidos. Quiero un todo sin el nada. Quiero arriesgar y que se arriesguen conmigo sin que me arriesguen. Quiero que cada despedida sea un mundo y sentir el calor en el pecho a -4 grados.
Quiero sentir con todo lo que eso conlleve.
Quiero vivir.
Porque al final, lo que te llevas de la vida son los momentos que has vivido…
Te llevas a las personas con las que has compartido abrazos intensos y miradas furtivas.
Te llevas el vivir.
El vivir bonito.
-S.D.
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Una entrada preciosa, enhorabuena. La vida, al final, no es más que eso, atesorar experiencias, personas y sentimientos. Y hay que estar vivo para vivirla. Me quedo por aquí. Un abrazo.
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Muchísimas gracias por dedicar tiempo en leerme y comentar. Mil gracias, de verdad. Un abrazo. Y espero verte a menudo! 🙂
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Daniel, como de costumbre no tengo palabras y las tengo todas en la garganta!! FAN
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Mil gracias! No sabes cuánto significan comentarios así. Un besazo y gracias por estar ahí 🙂
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Pues a vivir bonito!☺
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😀
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Cuánta razón, hay que dejar de ser (y de pensar) para darlo todo, vivir de impulsos.
Enamorada de tu blog, un abrazo!
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Muchísimas gracias. No siempre, pero si un impulso es bueno y viene, adelante!!! Yo he tomado muchos impulsos que no sabía si iban a salir bien y me alegro de haberlos tomado.
Mil gracias! Un abrazo grande!
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