Hoy me he puesto a pensar en la importancia de las cosas. En todo su conjunto y en nada. Y es que le damos mucha importancia a las cosas y no paramos de darle vueltas una y otra vez. Pero el otro día en el bus que me llevaba a la universidad me puse a pensar en el pensamiento en sí. En el objeto de mis vueltas. Más bien, objetos. Uno por uno. Y llegué a la conclusión de que si lo miras de ese modo parece insignificante. Porque no es nada más que eso, un pensamiento. Que todo pasa…

Y mientras mis apuntes descansaban en mis piernas y en un intento de leerlos, ladeé la cabeza para poder ver el paisaje. Y el cielo tenia una nube aquí, otra allá… Todas de distinto color; unas tenían un color azul oscuro, otras vestían un blanco puro y otras tenían un tono café por el reflejo de los rayos de sol que comenzaban a salir.

¿Sabes? El cielo también tiene sus marcas, con sus nubes y derrapes. Como una carretera. Y las nubes también tienen agujeros que no se rellenan con más materia. Y las nubes desaparecen, dejando un ligero rastro en el cielo azul. Dejando constancia que existieron y que ya no están del todo, pero ahí está su huella. Es como ese ligero aroma de café que impregna la casa después de haberlo preparado. Es como ese amor que marcó un antes y un después. Algo que no está porque ya se ha acabado, pero que la huella sigue marcada en tu corazón.

Y el rastro de las nubes que se habían disipado se podía seguir con la mirada, con el olfato y el corazón.
¿Por qué?
Porque todos tenemos marcas. Porque al fin y al cabo, siempre llevamos marcas en nuestro cuerpo.
¿Quién no tiene alguna cicatriz por alguna trastada que hizo de pequeño?
¿No tenéis ninguna que os identifique?

Yo tengo una que me hace diferente. Una en medio de la frente. A simple vista se nota un poco, pero cuando frunzo el ceño porque me enfado o no entiendo algo, aparece bien marcada. Y la verdad es que no me molesta. Sé que en su momento dolió mucho cuando me di de bruces contra el suelo y de cabeza. Como aquel que se tira a una piscina, pero sin agua ni piscina. Sin embargo, ahora lo recuerdo y no duele. Y puedo pasar mis dedos sobre ella y sigue sin doler. Y es que esa cicatriz me hace a mí mismo. Se adapta a mi físico y me caracteriza.
«Daniel, el chico de la cicatriz en la frente«.
Sería un buen título, ¿no?
El caso es que al igual que nuestro cuerpo se compone de marcas, ya sean por aventuras de capitanes y en las que vivías en un barco imaginario, estrías de tu antiguo cuerpo o de un embarazo con el que has esperado nueve meses para tener a la persona que más quieras en este mundo, por caídas y golpes… Nuestro corazón, o mejor dicho, nuestro pecho entero, de un lado a otro, se compone de marcas.

Y algunas se tratan de marcas más profundas que otras. Como la marca de la frente que resalta más que cualquier otra y se trata de mi marca más profunda. La que un día dolió y ya no duele. La que, contra todo pronóstico, te saca una sonrisa al recordar el momento del golpe.
Y así nos vamos formando a lo largo de nuestra vida. Con cicatrices y marcas que nos hacen ser como somos ahora. El pecho, que ya no sólo el corazón, es una autovía abierta a nuevos amores y experiencias. A personas que van a toda velocidad que, a veces, deciden repostar en alguna gasolinera y quedarse a charlar un rato. Otras, sin embargo, tienen gasolina suficiente para pasar la autovía del corazón en un abrir y cerrar de ojos. Derrapando y dejando alguna marca que otra. Algunas más doloras que otras, y otras, más profundas.

Y en esta autovía, que no autopista, pues en la autovía el amor no entiende de peajes ni de dinero ni de bienes materiales, recordamos cada una de nuestras experiencias vividas como si observáramos el cielo en una mañana con el viento zozobrando emociones. Vamos recorriendo con nuestros dedos las marcas y los relieves. Y paseamos por toda la autovía viendo todo aquello que ha pasado por nuestra vida. Aquello que ha dolido, aquello que no. Aquello que fue y no llegó a ser. Aquello que te hizo sonreír, y que ahora, al recordarlo, has sonreído otra vez. Aquellos agujeros vacíos que no conseguiste llenar, y ahora, están cubiertos de arena y abandonados sin luz ni compañía.

Y ahí vamos saltando entre los derrapes y las pequeñas montañas que caracterizan a nuestra autovía. Nuestra perfecta autovía debido a sus imperfecciones. Nuestra perfecta autovía con nuestros aciertos y errores. Con nuestros tropiezos, con piedras, con nuestras nubes bien blandas y voluminosas, y el rastro de otras que ya han perdido volumen por el paso del tiempo, pero que aún desprenden un vago recuerdo.

Ahora mira hacia atrás y dime qué encuentras tú en la autovía de tu corazón. Ves cicatrices que ya forman parte de ti, que son en lo que te has convertido, en lo que eres en estos momentos. Que han formado un cielo lleno de nubes con diferentes colores.

¿Has visto alguna cicatriz especial?
¿Has encontrado la equivalente cicatriz de mi frente en tu corazón?
¿Has sonreído?

-S.D.
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Cicatrices muchas, unas visibles y otras no tanto. Y es curioso que las que no se ven son las que más dolieron. Pero todas me hicieron aprender y construyeron mi gran autovía 😉
Un abrazo.
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Todas nos han enseñado algo. Y están ahí para que intentemos evitar errores y, para que de vez en cuando, nos saque alguna sonrisa.
¡Un abrazo enorme y un placer leer tus comentarios! 🙂
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Quien más y quien menos, todos tenemos cicatrices y marcas personales. Cada una con su historia y su pasado… Sin ellas, no seríamos lo que somos.
¡Un beso!
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Siempre nos acompañan porque, en cierta forma, nos han ayudado a crecer como personas y a afrontar todo lo que venga. ¡Gracias por leer!
¡Un beso! 🙂
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Me enamoré de tu blog, así que has quedado nominado a los Versatile Blogger Award (: https://disfrutemonos.wordpress.com/2016/01/22/versatile-blogger-award/
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