Ambienta tu lectura con un poco de música:
Tú que aparcabas mal. Tú que no seguías las referencias. Tú que hacías las autovías interminables donde el carril de deceleración no llegaba nunca porque te empeñabas en que nos adentráramos en un túnel donde no había más que oscuridad y nada de luz solar. A ti que pisabas líneas continuas y ambos sabemos que suspendiste en esto porque las continuas están prohibidas. Tú que aparcabas mal y te daba lo mismo. Tú que eras de marchas cortas, no se puede atravesar una avenida con la primera puesta y es que nunca se te ha caracterizado por tener prisa ni ambición. Porque siempre llegabas tarde hasta que un día, dos e incluso tres se te hizo demasiado tarde y perdiste cosas por el camino. Y es que yo soy más de marchas largas porque en la vida se avanza y no se para. No se para nunca.
Tú que no aparcabas sino que parabas. A ti que tanto te gustaban las líneas continuas en una carretera llena de discontinuas. Tú que dejabas que las cosas se quedaran en el aire, y lo que ignorabas era que tras esas palabras, actos, peleas, reconciliaciones, gestos y despedidas aparecían nubes, y con ellas venía la tormenta. Y es que los rayos nos separaban cada vez más en un intento de darte vida como si se tratara del nacimiento de la criatura creada por Frankenstein a los que dio vida Mary Shelly. Pero de nada sirve aplicarte características góticas porque parecía que el suelo te absorbía la energía y te convertías en un cuerpo inerte. Y es que a mí nunca me gustó que aparcaras mal aunque el mayor problema no era tu forma de aparcar sino que aparcabas cuando no debías hacerlo. Y es que gracias a que un día de tantos decidiste parar, yo decidí abrir la puerta y cerrarla tras de mí porque si no hubieras aparcado tendría que haberme lanzado. Y lanzarse está bien cuando no te queda más remedio, pero los rasguños hubieran sido más difíciles de curar. Tú que aparcabas y parabas, yo que siempre seguía conduciendo o andado. En bus o corriendo. Tú que aparcaste y ahí te quedaste, yo que seguí conduciendo, andando, paseando, corriendo, saltando y bailando, y experimenté de nuevo la libertad. Y pude disfrutarla sin parones y sin aparcamientos. Yo que pude beberla y saborearla.
Yo que empecé a ser libre y que no puse el intermitente porque nunca fui de medias tintas. Yo que ese día decidí aparcar para poner el freno de mano. Porque la puerta se abrió y pude respirar. Que ya estaba cansado de pisar líneas continuas y atravesar túneles oscuros. Que lo mío es sentir el viento en la cara, descubrir nuevas carreteras y asombrosos lugares. Que tú carecías de deseo. De deseo por la vida, y a mí de eso no me falta. Que ya estaba cansado de no ver la luz del sol. Yo que experimenté la libertad. Que se ha convertido en mi compañera de viaje, que la disfruto como nunca y que dibuja en mi cara una sonrisa cada mañana. Que si yo paro es para observar y respirar. Es para sentir, mientras que tú te conformabas con permanecer ahí mientras tus ojos iban de un lado a otro mirando, pero sin mirar del todo. Sin mirar de verdad, sin observar, como si ambos fueran ojos de cristal porque te perdiste cosas que, a mi parecer, eran dignas de admirar. Y es que te perdiste estrellas fugaces, sentimientos, besos de película, lunas llenas… La vida. Y mientras la vida pasaba, tus ojos sólo reflejaban la realidad sin verla. Y es que teníamos corazones de diferente horma. Yo que soy de manos frías y corazón caliente, yo que tuve la oportunidad de sentir la libertad, y que muchas veces me la dejaba en casa; no la vuelvo a olvidar jamás.
-S.D.
Fotografías 1 y 3: Pinterest.
Fotografía 2: Daniel Sánchez.
EL BAÚL DE LAS VIDAS 