ALAS DE PAPEL

Siempre he sido de sueños grandes. Bueno, más que grandes. He sido de sueños enormes, inmensos, gigantes, monumentales, tremendos, breathtaking. Como los rascacielos de Nueva York. Incluso más altos. Como todos los rascacielos juntos y más allá.

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Desde siempre he sido de reflexionar mucho. Desde pequeño hasta ahora. He pensado y repensado. Y también he despensado y vuelto a pensar. Siempre he sido de pensar demasiado. Y no lo digo como algo negativo sino positivo. Soy de los que cuando leen un libro, se quedan largo y tendido mirando a la nada reflexionando sobre él; poniéndome en la piel de los personajes, en cómo actuaría en dicha situación. En como resolvería los conflictos internos que en el protagonista albergan. Y no solo en el protagonista, sino también en los personajes secundarios. Reflexiono sobre los temas que tratan y puedo estar así mucho tiempo hasta que me doy por satisfecho y continuo con la lectura.

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¿Sabéis?

Siempre quise volar.

Desde pequeño hasta ahora. Y alcanzar los rascacielos de la gran manzana, y ya de paso, mis sueños. Pero me di cuenta de que no me hacía falta volar porque mi imaginación ya llevaba volando desde hacía mucho tiempo. Hacía hasta derrapes en el cielo y surcaba las nubes del olimpo azul. Y entonces comprendí que sí tenía alas; que mis alas eran mi imaginación y el potencial que crecía en mi interior a través de su poder.

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Quiero que recordéis por qué empezasteis un día a divagar y a soñar. Quiero que recordéis la razón que os motivó a querer realizar un sueño o varios. Los que queráis, pues con nuestras alas no hay límite alguno. Y quiero que lo recordéis cuando os vayáis a rendir. Pues rendirse es muy fácil y siempre es la opción más cómoda. Y entonces, recordad lo felices que os hacía y la sonrisa que arrancaba de vuestros labios el pensar en vuestro inmenso sueño. En cómo volasteis para visualizarlo y decidir ir a por él. Cueste lo que cueste, pues nadie dijo que cumplir sueños iba a ser fácil. Quiero que creéis vuestras propias alas. Alas de papel. Y que las colguéis en la pared para que sea lo último que veáis cuando os vayáis a dormir y lo primero en levantaros. O simplemente cerrad los ojos ahora e imaginaos vuestras alas; bien grandes y majestuosas. Blancas y brillantes. Las alas que os llevarán a esos rascacielos de los que hablaba antes con fin de parada en vuestros sueños.

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Siempre quise volar, pero cuando me di cuenta de que iba a ser imposible, me percaté de que mi imaginación ya había recorrido kilómetros de tormentas y tornados. Que había cruzado océanos y países. Que había visto amores imposibles y desamores. Corazones rotos y corazones vivos. Y mis pensamientos se centraron en la clandestinidad de los antiguos amores; por esos por los que suspiraba la gente y miraba al cielo. Esos amores que no llegaban a consumarse, pues un beso a través de unos barrotes era suficiente para saciarlos. Aquellos amores secretos que por género o status social no podían culminarse sin poner sus vidas en riesgo. En esos de cartas de puño y letra con una vela como única iluminación; en la excitación de enviarla, de recibirla, de abrirla, leerla y olerla. En la espera de la respuesta. En el amor de antaño.

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Y ahora reflexiono sobre cómo ha cambiado todo; sobre cómo se han perdido costumbres tan valiosas como las de antes. En cómo todo ha perdido valor con ciertas personas. Y a pesar de ello, aún pienso que ese valor se puede recuperar. Porque no vamos a generalizar por mucho que las cosas hayan tomado un rumbo totalmente diferente. Porque al igual que de sueños hablo de amores; porque todo se resume en sentir. Y es que a veces vemos cosas que nos hacen pensar que tampoco ha cambiado todo; ves a la niña del quinto bajando las escaleras corriendo con una mochila más grande que ella y con las esperanzas al aire. Y te recuerdas a ti mismo cuando salías a toda pastilla. Pisando fuerte. Como la niña del quinto. Y es que tú ahora sigues igual, pero ya no pisas fuerte. O no tanto como antes. Así que desde aquí te digo que pises fuerte. Que esa niña tiene sueños y tú también. Haz que se noten y hazte notar. No pierdas aquello en lo que creíste cuando tus ideas volaban contigo y la mochila era un complemento de tus alas. Y es que la niña tenía alas. Alas de papel. La mochila nunca te impidió volar, que no lo haga el tiempo. 

Lucha por lo que has considerado y consideras importante. Por lo que algún día te sacó miles de sonrisas. Hablo de ir a por lo que más deseas y amas. Hablo de cumplir y completar. Por ti y para ti. Y recuerda que no tiene que valer la pena sino la alegría

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Tú decides dónde quieres que tus alas te lleven. Son tuyas y tú las controlas. Ellas te guían, pero tú decides dónde aterrizar. Y al igual que hablo de alas, hablo de cualquier otra cosa; solo es un mero símbolo para que nunca olvides quién eres y qué quieres. Para que nunca dejes de reflexionar sobre lo que fue, lo que es y lo que será. Sobre la vida. Yo uso una llave de la suerte que llevo colgada a mi cuello. Siempre, siempre la llevo. Cuando reflexiono y dejo llevar mi imaginación la suelo estrechar con mi mano. Cuando estoy nervioso la suelo apretar con fuerza. Incluso ahora, que intento poner en orden y en palabras todos estos pensamientos, mis dedos la tienen. Lo importante es que te haga volar.

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Así que ponte metas y descubre durante el camino. Equivócate y aprende. Enmienda errores y sigue hacia delante. Vuela y sueña. Y de esa forma lleva a cabo lo que está más allá de los rascacielos de Nueva York. Las alas no te ponen límites; no dejes que nadie te los ponga ni te los pongas tú tampoco.

Sueña en grande.

Y es que siempre quise tener alas. Aunque fueran de papel…

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-S.D.

 

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